Virxinia vivía sola en una casa junto al mar. A tan sólo doscientos metros se encontraba el faro de Punta Pedrosa. Allí trabajaba a media jornada como farera. En invierno, los días suelen ser bastante fríos y lluviosos en esa parte de Galicia, aún así, a Virxi le gustaba salir a pasear junto a su perro Spock, incluso en los días de llovizna. En cambio al pueblo iba solamente por necesidad y siempre a regañadientes; recogía el correo, hacía la compra en el supermercado y se volvía a casa en su viejo coche, un Seat Ibiza bastante maltrecho. Le encantaba vivir allí, aquel lugar le parecía mágico. Sus padres, que residían en la capital, siempre le decían que se fuera con ellos, no podían comprender qué hacía una chica como ella en un sitio tan aislado de la civilización. Pero a nuestra protagonista le gustaba precisamente eso, estar apartada de esa civilización que tanto la agobiaba. No soportaba las prisas, la marabunta de gente corriendo de un lado a otro, el ruido infernal de los coches... La ciudad, definitivamente, no estaba hecha para ella.
Desde hacía algún tiempo, Virxinia se
ganaba la vida, además de como farera, escribiendo novelas de amor para una
editorial independiente madrileña. No pagaban demasiado, pero entre los dos
trabajos se podía permitir vivir dignamente. Ella no necesitaba demasiado para
mantener su preciada independencia y ser feliz en un lugar tan especial. A sus treinta
y ocho años había viajado por muchos países, trabajado en diversos empleos y
conocido a mucha gente, pero un buen día decidió escapar de todo eso y se buscó
una casa en la costa, además de acceder al empleo de farera a tiempo parcial
que le dejaba el suficiente tiempo libre para escribir sus novelas, pasear, etc.
Era su sueño hecho realidad. Los mejores atardeceres los ha vivido en la parte
alta del faro, las noches más estrelladas las ha visto desde la cornisa de la
costa, y era, junto a su perro, totalmente feliz en su soledad iluminadora.
Quizás lo único que echaba de menos en
momentos puntuales era el sexo. Empezaba a cansarse de tener que bajar sus
calores ella misma, así que, una noche que estaba navegando por Internet
encontró casualmente un anuncio de una tienda on line de artículos
sexuales llamada Tu Punto Hot. Pulsó en el enlace y toda una galería de
juguetes para el placer se mostró en su pantalla. Ella nunca había utilizado
ningún artículo de ese tipo para masturbarse, pero pensó que sería una buena
idea salir de la aburrida rutina onanista, y puesto que no había ningún chico
en el pueblo de al lado que le gustara para dichos menesteres, decidió pedir un
vibrador. Estuvo dudando entre varios modelos, pero al final se compró el
elegante Satisfyer, especialmente diseñado para la estimulación simultánea del
clítoris mediante ondas de presión y vibraciones. ¡Incluso se podía usar en el
agua! Rellenó el formulario de pedido y lo envió. En unas 48 horas el nuevo
juguetito estaría en las manos de Virxinia.
Días después, la tormenta se había desatado
sobre la Costa da Morte. Virxi, desde su casa podía escuchar el sonido de las
gigantescas olas rompiendo en las rocas. Miraba melancólica por la ventana,
pensando en que esa tarde no podría salir a pasear, por más ganas que tuviera;
el viento era demasiado violento. Un vehículo que a lo lejos se acercaba la
sacó de sus cavilaciones. Era la furgoneta de reparto de la empresa de
mensajería. Virxinia se apresuró a abrir la puerta del pequeño porche y allí se
encontró al mensajero cubierto con un chubasquero azul. Le hizo pasar al
recibidor. El chico sacó de su mochila un paquetito y se lo entregó a la
interesada, ésta le firmó el recibo y entre el gracias, las sonrisas y el
adiós, la escritora farera cerró la puerta y se dispuso rápidamente a abrir
aquel paquete. El Satisfyer Pro 2 + (nombre completo del aparato) ya estaba en sus
manos, y andaba con la poderosa tentación de estrenarlo cuando, de repente,
llamaron de nuevo a la puerta. Era el mensajero. Al parecer el coche no
arrancaba y pensó en esperar dentro de la casa mientras que llegaba la grúa
hasta aquel remoto lugar. Virxi, por hospitalidad le dejó pasar al salón sin
darse cuenta de que el succionador estaba a la vista encima de la mesa. El
mensajero se quedó mirando aquel artilugio. Una vergüenza enorme encendió las
mejillas de Virxinia. El chico, un veinteañero muy educado, le dijo que no se
preocupara, que era algo natural comprar esas cosas. Ella, aún sonrojada, cogió
el vibrador y lo volvió a meter en la caja.
El joven, para salir de la embarazosa
situación, empezó a relatar algunas anécdotas que le habían pasado en el par de
años que llevaba trabajando como repartidor. Virxi le preguntó si había tenido
alguna anécdota tipo sexual. En seguida se dio cuenta del despropósito que
había lanzado y no tardó ni un segundo en pedir disculpas por tan inapropiada
pregunta. El repartidor se echó a reír y respondió que no, nunca había tenido
ninguna experiencia de ese tipo, pero que no le importaría tenerla con una mujer
tan guapa como la que se encontraba delante de él. Los dos se miraron en ese
preciso momento, él con deseo, ella con una mezcla entre timidez y morbo. «¿En
serio?» dijo Virxi con voz suave y gesto de asombro. El muchacho se levantó de
la silla y se acercó a ella, puso las manos en su cuello y empezó a acariciar
barbilla, mejillas, hasta llegar a los labios… La respiración se aceleraba con
cada caricia, los besos llegaron melodiosamente mientras la lluvia lamía las
ventanas de la casa.
Comenzaron torpemente a caminar, a tientas,
por el pasillo hacia la orilla de la chimenea. Una vez allí, Virxinia desplegó
en el suelo una manta y varios cojines. El mensajero empezó a desnudarla muy
sutilmente, dejando visible un hermoso cuerpo. Ella hizo lo propio con él,
hasta dejarlo en ropa interior. Sus ojos miraron libidinosamente el vientre del
chico, lo acarició y fue bajando, introduciendo su mano derecha en el interior
de sus calzoncillos, mientras con la izquierda le acariciaba la espalda. La
excitación estaba en su grado más alto. Los dos cuerpos se unían, al fin,
mientras el crepitar de la leña ardiendo ponía banda sonora al momento. Virxi
no quería que aquello acabase, hacía tanto que nadie le hacía lo que aquel
chico le estaba haciendo que deseaba que durara lo máximo posible. Tras un buen
rato jugando en el paraíso, llegó la tan ansiada «Le Petite Mort» (que dicen en
Francia).
Sus cuerpos se encontraban desnudos junto
a la chimenea cuando, de repente, sonó el móvil del muchacho. Era la grúa que
estaba esperando en la puerta de la casa.
Mientras el amante mensajero se alejaba en
la grúa por la angosta carretera, Virxinia, con una media sonrisa, miraba la
lluvia chocar en los cristales de su ventana.
Miguel Ángel Rincón.
Un excitante relato.Ese juguetero siempre le traerá unos gratos recuerdos a la protagonista;)
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