PRIMERA VISITA DE MATIQUE A MADRID

 


Nos encontramos en la estación. El había llegado antes que yo y me esperaba tomando un café en una de las múltiples cafeterías que hay en Atocha. Yo iba hecha un manojo de nervios, ¿cómo sería ese primer contacto? ¿habría dos besos uno en cada mejilla? ¿habría beso en los labios, apasionado, seguido de un abrazo?. Mi cabeza no paró en todo el tiempo que duró el viaje.

Y por fin llego, bajo del tren, subo las escaleras mecánicas, paso el control de viajeros y enfilo dirección hacia la primera cafetería que hay frente al Imaginarium. Le veo de espaldas y mi corazón se acelera, pulsaciones a 140 por lo menos, estoy a metros de ÉL, por fin, después de tanto tiempo nos veremos, nos tocaremos, nos oleremos, sentiremos nuestra respiración. Imagino que igual ÉL también estará nervioso, espero que no, que alguien al menos esté tranquilo.

Estaba de espaldas, pero al mismo tiempo que llego a la entrada de la cafetería se gira, cuando me ve me sonríe y Le devuelvo la sonrisa. Se levanta del taburete y cuando estoy justo a Su lado me dice “bienvenida matique, un placer por fin conocerte en persona”, yo Le contesto “el placer es mío Señor” y a continuación me da un cariñoso beso en la mejilla, sólo uno, pero que hace que sea intenso y que dure un poco más de los normal. Realmente me sabe a poco. Pero todo se está haciendo a Su ritmo, como Él cree que debemos llevar la relación. Me ofrece un asiento, y me pregunta

- ¿Tomarás un café o prefieres otra cosa?

- Café Señor, gracias.

En ese momento recordé una conversación en la que me dijo que ÉL pediría por mí.

- Por favor, un café largo con leche fría y azúcar.

Observé que ÉL estaba bebiendo agua. Me pusieron el café. Yo estaba súper tensa, pero me cogió la mano mientras hablábamos, y me fui calmando.

Después de tomar el café, cogimos un taxi y nos fuimos al hotel. Nos registramos, yo me dirigí al baño y me cambié de ropa. Falda negra, medias, jersey negro que hacía que mi sujetador, también negro, se transparentara. Dejé la maleta en recepción con la suya y nos fuimos a dar un paseo por la Gran Vía. E hicimos realidad lo que dijimos, bailar nuestra canción por la Gran Vía de Madrid. Fue muy muy divertido.

Luego nos dirigimos hacia la Plaza del Sol, calle del Carmen y en un bar pequeñito, que es visita obligada cuando se va a Madrid, comimos un bocadillo de calamares y picamos algo más. No parábamos de hablar, de tener las conversaciones que siempre habíamos querido tener, cara a cara, sentados en los taburetes bajitos, de lado para estar de frente, notaba Su mano en mi pierna, de vez en cuando subía un poco más, Sus ojos clavados en los míos observando mi reacción, y yo cada vez estaba más excitada… habíamos comentado tantas veces este momento, y era realidad. De vez en cuando nos besábamos, nos cogíamos las manos, teníamos tanta necesidad de sentir y de tocarnos. Era una situación que me hacía excitar a cada roce con Su piel, Su mirada era penetrante, Su sonrisa maravillosa y Su voz, Su voz que tantas veces escuché por mensajes de audio, era si cabe, más dulce y más atractiva al oído, que me hacía estar alerta a cada momento a Sus deseos, a veces era más amable otras era tajante, para que me quedara claro, por si aún no lo tenía, quién era ÉL.

Al terminar de comer, nos fuimos al hotel, recogimos las maletas al llegar y subimos a la habitación. En el ascensor me besó, me miró serio y noté como Su mano subía por mi muslo hasta llegar a mi sexo, sexo que estaba al desnudo pues esa fue la orden que me dio. Sólo rozarlo y no pude por menos que soltar un gemido de placer. Estaba tan cerca que noté como Su miembro marcaba mi pierna.

Entramos en la habitación. Era una habitación sencilla pero sofisticada. Nada más entrar estaba el armario, el baño y la habitación. La cama era extra grande, cabecero de madera con mesillas incrustadas en el. Luces de lectura al aire. Un ventanal nos ponía Madrid a nuestros pies, en la esquina un bonito escritorio, una silla y una gran pantalla de televisión. Justo delante del ventanal, y frente a la cama, había una butaca de cuero negro y al lado una mesita de cristal.

Dejamos las maletas y me cogió del pelo y me besó con lujuria, cogió mis pechos con fuerza, me acarició de arriba abajo. De repente me apartó, Se dirigió a la butaca, Se sentó y me dijo

- matique, mastúrbate para mí.

Empecé a temblar, bueno, no había dejado de hacerlo en todo el día. Abrí mi maleta, saqué los vibradores que iba a utilizar. Una bala pequeña, una más larga y estrecha, y un vibrador clitoriano, el bote de lubricante, y los puse en la mesilla. Cogí una toalla del baño y la puse encima de la cama.

Me desnudé completamente, me dirigí a la cama, me tumbé encima de la toalla, cogí un poco de lubricante y unté la bala pequeña.

El hecho de saber para qué iba a servir me excitaba mucho más de lo que ya lo estaba, tener el honor de hacerlo por quién lo hacía ya era sublime, que no es otra que nuestra C., pero saber que durante todo el tiempo que durase mi masturbación Él estaría sentado en la butaca de cuero, un poco apartado pero con una visión suficientemente clara de todo mi cuerpo, mis pechos, mis movimientos, mis expresiones, mis arqueos, y lo justo para poder oír mis jadeos, fue un deleite.

Esa bala pequeña va entrando poco a poco en mi ano, no fuerzo más pues noto el vibrador y es suficiente para excitar esa parte de mi cuerpo que jamás sintió nada de placer. La siguiente bala, más larga, va a mi vagina, y llega hasta el fondo, cuando la noto muy dentro la enciendo y la dejo que vaya haciendo su trabajo, follándome despacio y suave, pero con una vibración muy efectiva.

Y le veo, sentado, piernas cruzadas y la mano casi cerrada, excepto el dedo índice que apoya en la mejilla y el pulgar en la barbilla.

Por último, enciendo el vibrador clitoriano, al cual he puesto una cantidad generosa de lubricante.

Ya están todas las zonas cubiertas, ya pienso en cómo sentía Catherine Millet* en esos momentos, poseída por un número a veces determinado de hombres. Y otras veces indeterminado. El placer que ella siente lo siento yo, y noto como mi cuerpo se arquea, se mueve con determinación al ritmo del vibrador principal que es el clitoriano, intercambiando el ritmo, y llenándome más del placer que sería sentir Su miembro dentro de mí y mientras veo como me observa impasible, sin mover ni un músculo, ni la posición.

Sigo pensando en Catherine Millet*, en el placer que siente al ser libre de poder follar como ha querido, cuando ha querido y con cuantos ha querido. Y me veo haciendo lo que nunca hice, y noto que la excitación va alcanzando niveles de explosión. Aún con los ojos cerrados noto Su mirada clavada en mí, en mi sexo, en mis pechos como son manoseados por mis manos, pinzados mis pezones, el arqueo de mi cuerpo, no perdiendo detalle de cada músculo que se me mueve.

Pienso en Catherine Millet cuando folla por su lugar favorito, es enculada y siente los enviones que le propina su compañero del acto, notando como su miembro se clava hasta dentro, y luego viene uno más fuerte que no esperas, y así una y otra vez… y en ese momento clavo mis ojos en los Suyos, anunciándole lo que está a punto de suceder.

Exploto, tengo “mi pequeña muerte” que dicen los franceses (la petite mort), y me abandono a un orgasmo que no se puede explicar, pero que hace vaciarme por dentro durante un tiempo, sin dejar de gemir ni un instante, hasta terminar extenuada, con una respiración cansada, boca seca y abandonada al placer de las convulsiones posteriores a un orgasmo… al cabo de unos instantes Le miro, y Le susurro un… GRACIAS SEÑOR

Basado en un hecho real.

*Catherine Millet es comisaria de exposiciones, crítica de arte y autora del libro “La Vida Sexual De Catherine M.” donde narra detalles de su vida sexual, describiendo de forma explícita encuentros sexuales que involucraban a desconocidos y a grupos de hasta 150 personas en una gran variedad de escenarios. Libro disponible en nuestra tienda, al igual que los juguetes mencionados en el relato.

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