Era invierno, llovía y yo acababa de comprarme mi primer juguete erótico. Volvía a casa en autobús, sentada al fondo, mirando por la ventana los últimos pájaros que quedaron por refugiarse de la lluvia. Examiné la caja del juguete por todos lados. Analicé el dibujo de la portada, leí las instrucciones, incluso quise probarlo allí mismo, sin embargo, en lugar de eso, me dispuse a imaginar, y no cualquier cosa, sino una muy curiosa:
¿Qué haría si fuese un hombre?
Mil y una ideas explotaron en mi cabeza. Me tomé un minuto para ordenarlas y, de repente, me vi en el pasillo de un hotel cálido, con una alfombra roja bajo mis pies que separaba las habitaciones pares de las impares. Alcé la cabeza para ver el final de aquel piso y salió de una de ellas una mujer bastante peculiar. Era alta, su cuerpo estaba estilizado, como esculpido por los dioses. Pude verlo con todo detalle ya que no vestía ningún tipo de ropa. Estaba completamente desnuda y pareciera que me conociese, porque cuando abrió la puerta, se giró con decisión, buscándome, mirándome fijamente. Volví la cabeza para ver si había alguien detrás, pero solo estábamos ella y yo en aquel pasillo.
Sin darme tiempo a reaccionar, aquella mujer se dirigió hacia mí.
- ¿Dónde estabas? Te he estado buscando. - Me dijo con una voz sensual y complaciente.
Comenzó a moverse, a bailar. Sus caderas hacían música con cada movimiento. Sus manos se rozaban con sus pechos, pasaban por el cuello y entraban en su pelo largo y oscuro. Jugando con el a la vez que se agachaba, se tumbó en aquella alfombra, se revolcó como una gatita, jugando con sus pezones sin dejar de mirarme.
- ¿A qué esperas? Ven, fóllame, lo estoy deseando.
Yo, sorprendido, solo pensaba en mi mujer que me esperaba en la habitación 512 pero tampoco podía dejar de mirarla, gateando se acercaba y en su cara podía ver como sufría. Se notaba que me deseaba.
Se paró a unos centímetros, yo la miraba desde arriba, ella abrió las piernas y pude ver su hermoso coñito dónde empezó a meter cada uno de sus dedos. Primero el índice y por último el pulgar. Los pasaba por el clítoris, los metía y, al sacarlos, se los llevaba a la boca, como si quisiera conocer el sabor del flujo que yo veía brotar de su vagina. Mi paciencia se agotaba. Sabía que mi mujer estaría esperándome igual de cachonda que aquella chica, pero ¿qué debía hacer?
- Por favor, ¿no ves cómo estoy? - Susurrando con una voz casi llorosa.
Se ponía en cuatro patas, dándome la espalda y moviendo su culo muy cerca de mis piernas.
- Te necesito dentro.
Se dio la vuelta y noté sus manos subiendo por mi pantalón hasta llegar a la polla.
No sé cuándo, ni cómo, pero desabrochó el botón, me la cogió con sus suaves manos, la acarició y se la puso dentro de su dulce boquita. Yo estaba bien duro, su garganta era profunda. Pude notar la campanilla en la punta de mi polla, y los ruidos que surgían de su boca al meterla y sacarla me la ponían aún más fuerte. A ella eso le gustaba, lo vi en su mirada, tan morbosa como aquel rímel corrido, de llorar de deseo.
Una vez la punta de mi capullo traspasó la garganta y llegó casi a la tráquea, no pude aguantarme más. Ella lo supo y sonrió como la que había conseguido lo que quería.
Solita se tumbó frente a mí, yo caí de rodillas por mi propio peso, exhausto.
- Métemela, vamos, hasta el fondo. - Me ordenaba mi rica desconocida.
Acerqué la polla a su entrepierna, la roce un segundo de arriba abajo por todo su coño que estaba mojado y palpitando, y cuando llegue a su agujerito… ¡Ay Dios!
Tan estrechito… Estaba pidiéndome que la metiese. Ella respiraba con fuerza, ansiosa y se tiraba de los pelos. Ahí fue cuando la metí… Sus ojos se abrieron, su boca también, el gemido que soltó sonó hasta en la primera planta. Quería que le diese fuerte, yo la embestía duramente, ella gritaba más y más, su cara de placer me hacía olvidar todas las preocupaciones.
De las ganas con las que me estaba follando a aquella mujer inesperada, nos desplazamos unos metros hacia delante, poco a poco, con cada empujón. Llegó un momento en el que sus piernas me rodearon la cintura, como si no quisiera que la sacase de dentro de ella. Yo seguía dándole pero sin sacarla. La tenía dentro, en lo más hondo, y allí, empujaba un poco más. Sus piernas se abrían, dejando que llegase más profundo aún.
- Córrete para mí, dámelo.
Aquello estaba bien aunque yo quería correrme en su boca, así que la cogí del pelo y pegué su frente a mi ombligo. Ella obedecía encantada. Abrió la boquita más que antes y una vez dentro, con mis manos enredadas en su pelo, me follé otro poquito aquella garganta, donde, sin previo aviso, dejé de moverme y con el capullo rozando el cielo de la boca, me corrí.
Podía imaginarme mi semen saliendo y deslizándose por su lengua a la vez que notaba como aquello estaba sucediendo de verdad. Joder, qué liberación. Me quedé atónito por un momento. Ella dio un trago y nos quedamos mirándonos el uno al otro, cuando me acordé de mi hermosa mujer. ¿Que había hecho? ¿Aquello estaba mal?
Me levanté impaciente para dirigirme a la 512 donde hacía ya rato que me esperaba. La mujer del pasillo quedó apenada mientras desaparecía.
Me paré en la puerta, dudando de la actitud con la que debía entrar, pero me decidí rápido y entré. Allí estaba mi hermosa mujer, jugando con aquellos consoladores que le regalé. Tenía una copia idéntica de mi polla* dentro de su coñito y un succionador de clítoris** silencioso que pedimos por internet la semana pasada en nuestro sexshop de confianza (Tu Punto Hot). Se estaba corriendo, lo sé porque conozco sus movimientos de lagartija cuando llega al orgasmo. No me había visto, así que aguardé en la puerta para disfrutar un rato de las vistas. Me estaba poniendo cachondo otra vez. Me hacía muy feliz verla disfrutar. Era hermosa, con esa piel morena cubierta de sudor y lunares que pedían que los mordiera. Paró el succionador una vez alcanzada la cúspide del orgasmo, pero mi "polla" seguía dentro de ella. Alzó la mirada, me vio ahí de pie, observándola y sonreímos a la vez.
- Te estaba esperando. - Me dijo dulcemente.
Fui hacía ella, quitándome la ropa sin prisa pero sin pausa, me tumbé encima para poder besarla y rozarme con su entrepierna mojada, lo cual me dio inmensas ganas de comerme aquel coñito húmedo. Fui dándole besos por todo el cuerpo hasta llegar a su clítoris donde mi lengua descansó como si llegase a su hogar. Disfruté unos minutos del tacto de su clítoris en mi boca. Era el mejor amigo de mi lengua. Haciendo movimientos circulares y besando sus labios exteriores, agarré la polla de goma que había dentro de ella y empecé a moverla. Primero sacándola un poco y volviéndola a meter. Para cuando el ritmo de mi lengua se hizo más rápido, el de mis manos también. La movía dentro en círculos, fuerte y profundo. Sus gemidos comenzaron a aumentar de volumen y yo me impacientaba ahí abajo. Sabía que quedaban pocos minutos para que se corriese otra vez, ella podía predecirlo también. Levantamos la cabeza a la vez, me miró y se escurrió de mis brazos, resbalando por la cama hasta llegar al suelo.
Como me gusta follar en el suelo…
Allí, a gatas, dándome la espalda, mirándome con cara de guarra y perversa, me daba a entender que quería que le follase aquel culito virgen, lo cual me entusiasmaba muchísimo. Saqué el consolador de su coñito para sustituirlo por mi polla, que estaba bien preparada para el espectáculo. La metí sin dudarlo, sin pensarlo, pues separándole las nalgas pude ver su coño bien abierto y receptivo.
Después de unas cuantas embestidas y gemidos me agarré la polla, que ya estaba bien mojada, y ella me pasó el lubricante***, casi lo eché todo en su culito, y lo esparcí con el capullo por su agujerito. Empujé, tras atravesarlo un poco. Ella me miraba con los ojos bien abiertos y la boca a punto de gritar. Esperé un segundo y la metí con fuerza, hasta el fondo. Ahí ella gritó, pero no apartaba la mirada y se agarraba las nalgas para abrirlas y así poder meterla más profunda. Yo disfrutaba entrando y saliendo de aquel culito prieto, nos entendíamos muy bien.
Del roce de mi polla con su estrecho culo me iba a correr. Para avisarla le apreté las nalgas, dejé mi pecho sobre su espalda y le di un pellizco en los pezones. Ella cogió mi mano, y con la suya, colocamos el succionador de clítoris de nuevo en el lugar idóneo, le subimos la potencia y embistiendo por detrás ella y yo llegamos al orgasmo.
Que rico se siente correrse dentro del culito de alguien. No quería sacarla, pero lo hice para ver mi semen deslizarse. Volví a meterla, como si quisiera que todo quedase dentro de ella.
Tras un instante ella agarró la caja de cigarrillos de la mesita de noche y en el suelo, tumbados, pegados el uno al otro, nos fumamos el de después.
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