TABÚHES PERSISTENTES por JOHN SULLIVAN

A principios de año entrevistamos al escritor John Sullivan sobre su libro “Nombresde Mujer”, con quien también colaboramos en la presentación de dicha obra en el Pub Eva Y Adán, y uno de los temas tocados en dicha entrevista fue el de los tabúes que existen todavía sobre la literatura erótica y sobre la sexualidad en general. Un tema al que ha prestado su pluma para escribir un artículo que vio la luz en la web elescritor.es. Con el visto bueno de la web y el permiso del autor reproducimos aquí el artículo.

Estamos en pleno siglo XXI y la sociedad va avanzando. Podemos divorciarnos si el matrimonio no funciona, no se encarcela a las personas LGTBI por el hecho de serlo, las mujeres van ganando en derechos e igualdad (aunque queda mucho por hacer), existe por fin una ley sobre la eutanasia… He notado cómo la sociedad va dando pasitos hacia delante (también alguno hacia atrás), las mentes se van abriendo, veo cómo hemos avanzado a lo largo de mis cuarenta y un años. Sin embargo, hay tabúes que persisten en la sociedad por una razón u otra. Un cuerpo desnudo aún ofende a algunas personas. Hablar de erotismo aún produce sonrojo y pudor. Como decía, la sociedad va dando pasos hacia delante y alguno hacia detrás; no obstante, esto hace que en algunos casos estemos en el mismo sitio que hace cuarenta años.

Hace un año que saqué al mercado mi primera obra, Nombres de Mujer, una colección de relatos eróticos. Como puedes suponer, querido lector, he estado en ferias del libro y en cuantas presentaciones he podido hacer con permiso de la situación sanitaria. Me encanta tener la ocasión de presentar mi libro a pie de calle y tomarle el pulso ante los posibles lectores. No es difícil suponer que ha habido anécdotas de todo tipo: unas muy tiernas, otras muy divertidas… agradables en general. Pero algunas de ellas me hicieron pensar. Para bien y para mal.

Una de ellas, en la que fue mi segunda feria del libro, consistía en una señora que se acercó al stand de mi editorial (ExLibric) y quiso echar una ojeada (y hojeada) a Nombres de Mujer. “Esto se avisa, ahora me han visto con este libro en las manos”, me dijo visiblemente indignada. La cosa es que siempre le digo a cada posible lector que el libro es erótico. “Debería darle vergüenza escribir estas cosas”, espetó antes de marcharse. Cuando la caseta estaba a punto de cerrar y yo a punto de marcharme, vino de nuevo: “Me lo voy a llevar. Perdona por lo de antes, pero es que había mucha gente delante”. Donde había supuesto que simplemente la señora reaccionaba a una temática que no le gustaba, la cuestión era más simple: necesitaba disimular su gusto por lo que había visto en ese leve vistazo por temor al “qué dirán”. En otra ocasión, una pareja adquirió su ejemplar diciéndome que sería un regalo para una amiga. Cuando pregunté a quién se lo dedicaría, me dijeron que se lo dedicara a Eugenia. Mientras el señor me preguntaba algunas cosas, su esposa se había separado un momento a mirar en el stand de al lado. “Eugenia, que nos vamos”, le dijo, sonrojándose al ver mi sonrisa por debajo de la mascarilla. “No se preocupe, es algo habitual”, le dije.

Me resulta curioso cómo en esta época en la que, se supone, vamos abriendo la mente y desterrando viejos tabúes, algunos de ellos se resisten. Aún tememos el juicio de personas que probablemente no volvamos a ver, perfectos desconocidos que simplemente comparten espacio con nosotros de forma puntual, en un momento y un lugar concreto. No es una queja, sino una reflexión: hay tabúes que persisten en nuestra sociedad pese al auge de best sellers de temática erótica, como la saga Cincuenta sombras de Grey o las novelas de Megan Maxuell. Quizá sea también debido a la diferencia entre ser un autor desconocido o un autor consolidado con libros que han estado incluso de moda. Pero sigamos hablando de tabúes persistentes.

Las redes sociales censuran la anatomía humana, especialmente la femenina, por infringir sus reglas comunitarias sobre desnudos y actividad sexual. De hecho, por experiencia, sé que también censuran los relatos eróticos. Mi pecho puede estar en redes sociales pero no el de mis congéneres femeninas, “a no ser que sea un desnudo artístico o imágenes de lactancia” (así rezan, más o menos, las famosas normas comunitarias). De hecho, me resulta obsceno que “desnudos” y “actividad sexual” vayan en el mismo epígrafe, como si un cuerpo sin ropa fuera sinónimo de sexo duro sin edredón. La misma imagen puede ser considerada sexual dependiendo de quién la protagonice: si yo tomo el sol en la playa, la foto pasa todo los filtros; si lo haces tú en top less, querida lectora, infringe las normas. Y luego niegan el “miedo a nuestras tetas” que cantaba Rigoberta Bandini. Evidentemente, la visión de los genitales de ambos sexos es algo impensable en estas redes. Y creo que, al final, el problema con esto se sustenta en dos cuestiones muy sencillas.

La primera es la sexualización del cuerpo femenino en general y de los genitales de ambos sexos en concreto. Como digo, una mujer desnuda molesta en las redes sociales y en los medios de comunicación. Un hombre desnudo no tanto. La normalización del cuerpo humano y su visibilidad como tal es más que necesaria, habida cuenta de que si nos acostumbramos a ver los cuerpos vestidos con sólo su propia piel, dejaremos de ver el cuerpo humano como algo sexualizado: es un cuerpo, sin más. La segunda cuestión es la visión (a mi juicio desfasada y arcaica) del sexo en general como algo pernicioso y contrario a la moral (ese concepto manoseado por religiones e ideologías). Es curioso que, en la era en que supuestamente abrimos nuestra mentalidad y se están conociendo las relaciones no monógamas, el sexo siga siendo un tabú persistente del que cuesta hablar (y sobre el que cuesta educar). Da que pensar que comprar un libro erótico provoque sonrojo en alguien que sólo quiere disfrutar con su lectura como lo hace quien compra una novela histórica o policíaca.

Decía en un párrafo anterior que estamos en el mismo sitio, sin avanzar, que hace cuarenta años en asuntos como estos. A nivel global, no sólo en España. Las redes que practican esta censura vienen de un país que vende a sus habitantes una estricta moral mientras exporta cine porno al resto del mundo. Sin embargo, en España seguimos siendo el país que no entendía a Jess Franco mientras celebraba a Pajares y Esteso. El país que babeaba ante las Mama Chicho pero que le dice a sus hijas que ese escote no es decente. Porque evolucionamos, sí, pero un poco de boquilla.